top of page

Mónica

 

Camino deprisa por el centro de las ramblas, esquivando a grupos de gente sin identidad que se me cruzan de forma constante y que están provocando, sin lugar a dudas, que no llegue puntual a mi cita. Sé que parezco estresada por llegar tarde, quizá incluso mi aspecto desaliñado puede hacer pensar a cualquiera que acabo de salir de una escena dramática; el maquillaje ya no es lo que era anoche cuando me pinté, tampoco mi ropa, que ahora debe oler a otro perfume o a varias cosas random. 

​

        -¿En qué momento se alargó lo de anoche? – Me pregunta mi yo interior.

​

        - Seguramente cuando Gustavo sacó aquello… - Me contesta mi conciencia.

​

La verdad es que no estoy arrepentida, la música de la discoteca retumbaba de una forma fascinante, sentía el bombo recorrer mis venas y mi cuerpo solo hacía que moverse a su ritmo, dejándose llevar…

De repente se topa conmigo uno de esos transeúntes que paseaban por las ramblas sin identidad y me obliga no solo a dejar mis pensamientos sobre anoche, sino que también, a parar en seco a medio camino del metro.

​

         - Perdona guapa, ¿eres de aquí? – Me dice acercando peligrosamente su cara a mi espacio vital.

​

         - No, de aquí solo son los guiris. – Le digo mosqueada por sus confianzas. – Perdona, pero tengo prisa.

​

         -Lo decía porque estoy buscando sustancias… No sé si me entiendes… - Y me lo dice levantando exageradamente las cejas de arriba abajo.

​

Dentro de mí hay una voz que insiste en que siga mi camino hacia el metro e ignore a este personaje que hará que llegue aún más tarde, pero su aspecto me hace pensar que tiene dinero y que quizás pueda servirme de algo. La casa de Gustavo está apenas a cien metros y sé que tiene todo tipo de ‘sustancias’, como dice el chico pijo.

​

           - ¿Tienes moto por casualidad? – Mi cara refleja una exigencia indudable.

​

           - ¡Claro! Es esa de ahí – Me señala una scooter que hay aparcada en la acera de enfrente - ¿Me llevas a conseguir algo?

​

           - Te llevo sólo si tu me llevas después a un bar de Hospitalet. – Decido confiar en las habilidades de conducción de un más que probable yonqui pijeras, su aspecto de chico joven y aseado me invita a pensar que cumplirá su promesa y eso implica que podré llegar a tiempo a mi cita.

​

Cuando llegamos a casa de Gustavo le digo que baje, les dejo hablar un rato y finalmente nos podemos ir. El chico insiste en darme las gracias por lo económico que le ha salido todo, aún sabiendo yo que mi amigo habrá calado las pintas del pijeras y le habrá subido un poquito el precio. Insisto en que se de prisa y se deje de adulaciones. Son las doce menos cuarto y en quince minutos debería estar en Hospitalet, Google Maps sabe que eso es imposible, pero yo confío en las habilidades del pijeras y la potencia de su scooter.

​

Cuando bajo de la moto siento como mi pelo se ha convertido en una honda expansiva que se ha creado únicamente donde acaba la forma del casco, mientras que la parte de arriba parece engrasada cuál pelo en aceite. Me miro en el retrovisor y ahora mi aspecto me recrimina de nuevo la pregunta anterior, aquella de porqué salí anoche, pero sigo pensando que lo bien que lo pasé compensa. Siempre compensa.

No sé si este chico está esperando algo de mí, se ha bajado de la moto y parece cómo que está esperando algo. Le doy las gracias con una sonrisa y alzo la mano en señal de despedida. Parece que quiere decir algo, pero me importa poco y llego tarde.

​

          - Bueno, me voy que tengo prisa, ¿eh? ¡Qué vaya bien la vida!

​

          - ¡Adiós guapa, espero volver a verte! – Pongo los ojos en blanco en señal de hartazgo por el uso del piropo de nuevo, le regalo una sonrisa irónica y me voy.

​

Estoy enfrente del bar y ahora es cuando empiezo a sentirme nerviosa. Miro el reloj, al final solo llego diez minutos tarde, aquí el pijeras le ha dado caña a la moto y le hemos ganado seis minutazos a Google Maps.

En Tinder ponía que Julia, además de tener su propio bar, era una chica constantemente ocupada. Seguramente lo del bar tenga mucho que ver en ello, pero ahí está, con un delantal cobre a juego con su pelo y una bandeja en la mano. Está sirviendo cafés a una pareja de señores mayores y cuando termina me sorprende observándola.

​

           - Pensaba que ya no vendrías, quizá me habías visto vestida con esto – dice tocando el delantal – y te habías echado para atrás.

​

           - A ver pelirroja – le digo con tono seductor - ¿en serio crees que podría olvidarme de ti? – Ella sonríe y se acerca para abrazarme.

 

           - Ven, siéntate donde quieras. ¿Qué te apetece? – Veo que por un momento me observa de arriba abajo y frunce ligeramente el ceño.

​

           - He tenido una mañana intensa y además anoche salí, me merezco un trozo enorme de ese pastel tan bueno que dices que haces.

​

           - ¿Ayer saliste con las del equipo? ¿O con los hippies y Gustavo?

​

           - La B. – La veo sonreír satisfecha porque ha acertado. – Se nos fue de las manos… Yo que quería ir esta mañana donde Gloria… - Julia saca una tarjeta del delantal y la coloca encima de la mesa.

 

           - Voy a atender a las mesas y vengo en un rato. Esta tarjeta la ha dejado un cliente muy prepotente antes, infórmate, creo que buscan gente.

​

Me enciendo un cigarro y me acomodo en la silla esperando mi gran trozo de tarta. Cojo la tarjeta que Julia ha dejado en la mesa y leo lo que pone.

Sr. Carlos Ramos Fernández, Director de RR.HH. Endeka S.A.

Le doy la vuelta a la tarjeta esperando un fondo blanco e insulso, pero me encuentro con una frase escrita a boli que dice: Tener leche de soja en pleno siglo XXI es un reclamo para muchos clientes. Díselo al dueño/a del local.

​

             - Menudo imbécil… - Dice mi yo interior.

© 2021 Proudly created with Wix.com

bottom of page